El guerrero que venció 2 veces a La Muerte
Deyson es un superviviente. Perdió su pierna derecha por una mina antipersona cuando hacía parte de las Fuerzas Armadas de Colombia. Cuatro años después, perdería también la izquierda en un accidente que casi le cobra la vida. Esta es su historia de superación.
Pocas personas en el mundo llegan a imaginarse incompletos, y no lo digo en su sentido abstracto, sino a la posibilidad que poco contemplamos de que un día una parte de nuestro cuerpo ya no se encuentre en su lugar. Quizás, los afanes de la rutina no nos dejan mucho espacio para detenernos a apreciar las cosas más elementales de la vida, aquellas certezas de la existencia que escapan por las rendijas de la consciencia por ser tan evidentes, como el hecho de que necesitamos nuestras piernas para levantarnos de la cama y vivir un nuevo día.
Para Deyson, caminar es un regalo que la vida le enseñó a apreciar. Sin embargo, no llegó a entenderlo sino hasta después de que la mala suerte se interpuso en su felicidad aquella mañana trágica, cuando la mina explotó bajo sus pies.
Ocurrió un día soleado. El escuadrón andaba sigiloso a través de la exuberante selva que abraza a Cáceres, un diminuto pueblo al norte de Antioquia. Deyson, que por aquel entonces tenía 24 años y portaba lleno de orgullo el camuflado de las Fuerzas Armadas de Colombia, encabezaba la expedición. Bajo las botas de los soldados, la hojarasca crujía; arriba, en las copas de los árboles gigantes, las aves silvestres se desbordaban en cantos mágicos y los simios aullaban sin descanso, y muy cerca, se escuchaban las aguas apacibles del Cauca . Entonces pasó. Nadie se esperaba aquel sonido estrepitoso, augurio de La Muerte, que interrumpió la sosegada melodía de la selva en menos de un instante. Poco después, recuperada la calma, el escuadrón notó que entre ellos había uno que ya no estaba. Encontraron a Deyson al borde de la muerte varios metros más adelante, inconsciente aún de que jamás volvería a ver su cuerpo completo.
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Adriana, su esposa, estaba en su casa cuando recibió la llamada que le daría un vuelco a su vida. "Me dijeron que la explosión había destrozado su pierna derecha, pero gracias a mi Dios estaba vivo", me contó afligida por los recuerdos. Deyson fue transportado a Medellín en un helicóptero militar para someterlo a una cirugía de emergencia.
Esa mañana, Deyson perdió su pierna derecha, y por terrible que eso parezca, la intransigencia de La Muerte le deparaba todavía otra tragedia. El joven superviviente se recuperó y continuó con su vida con el mismo optimismo que lo caracterizó desde pequeño. En su convalecencia no dejó de preocuparse por los frutos de su feliz matrimonio: Alexis, Jeferson y Marlly, y empezó a pensar con frecuencia en la posibilidad de estudiar y obtener un mejor empleo. Durante los tres años siguientes al accidente, Deyson se sometió a extensas jornadas de terapia física y psicológica que le permitieron recuperar parte de su seguridad destruida por la guerra. Fue también por aquel tiempo que compraría la motocicleta con la que recorrería una vez más el camino ya muy transitado de la muerte.
Cuatro años después de la incursión selvática, en un día que no parecía distinto a los demás, Deyson se llevó a uno de sus niños a nadar en uno de los tantos lagos que se encuentran en Caldas. Se montaron en la moto y emprendieron el viaje, pero al cruzar una carretera ocurrió lo impensable: una camioneta los embistió por el flanco izquierdo con la fuerza de un rinoceronte. Hombre, niño y máquina volaron por los cielos en menos de un segundo.
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La mano de La Muerte es contundente; su designio, irrevocable. Pero Deyson se la había encontrado ya dos veces y había vivido para contarlo. Bajo la protección de la Divina Providencia, despertó tres días después en una camilla de hospital. Su hijo tenía una contusión en la cabeza, pero estaba fuera de peligro. No obstante, La Muerte, que se empecina en apoderarse de las almas de los hombres, no se iría humillada sin un premio de consolación. Y así fue. Aconteció de esa manera lo que Deyson creía que no pasaría dos veces: en el accidente, perdió su pierna izquierda.
Desolado por su suerte, Deyson se abandonó a la tristeza. "¿Quién se va a imaginar que la misma tragedia le puede ocurrir dos veces a la misma persona?", me confesó su esposa. "Él estaba desolado, estaba convencido de que pasaría el resto de sus días en una silla de ruedas, por eso dejó a un lado sus proyectos y las ganas de vivir, era como si ya no tuviera ninguna esperanza". Pero Deyson no sabía todavía que, en realidad, sí la tenía.
Y entonces, cuando la tristeza se había asentado definitivamente sobre el transcurso de sus días, apareció Mahavir Kmina. Se enteró por medio de un taxista que lo vio en sus condiciones de que existía, a escasos veinte minutos de su casa, una organización sin ánimo de lucro que fabricaba prótesis de piernas y las donaba a quien las solicitara. La revelación le devolvió la esperanza, parecía que después de todo, la batalla no estaba perdida.
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Mahavir Kmina le donó a Deyson un par de prótesis que él aprendió a manejar con una perseverancia arraigada en el deseo de ser un buen padre. "No hay palabras para describir lo que siento, me han devuelto la esperanza y hoy más que nunca tengo el deseo de salir adelante, de estudiar y conseguir un empleo", nos dijo el día que recibió sus prótesis, "volveré a caminar por mis hijos, para darles las oportunidades que yo nunca tuve".
En la actualidad, Deyson ha retomado sus estudios y busca sin rendirse una oportunidad de trabajo. Pese a su discapacidad, él ha demostrado que es tan capaz como cualquiera. Cuando no está estudiando monta en su moto, ahora con más precaución, o juega el baloncesto con sus hijos, dos actividades que realiza con una habilidad sorprendente, tanto que es difícil descubrir aquellas heridas del pasado que marcaron su vida.
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